Entiendo cuando me enseñaste, siendo muy pequeño que no hubo ni rojos ni fascistas en la guerra sino desgracia de hermanos matándose entre sí, y veo esa misma desgracia cada vez que enciendo la televisión y escucho a los miserables políticos enfrentando a sus descendientes por poder y dinero.
Siento tu risa cuando me hacen cosquillas, siento tus ganas de picar al que está más cerca, siento tu guasa y tus malas reacciones en mis carnes y en los de mi alrededor.
Sí que veo tus pecas en el espejo, y tus golpes en la puerta al llamar, tu genio (según dicen) tu respeto a la opinión contraria, tus brazos cada vez que nado y tu pecho cuando me descamiso. Siento tu mano cogiéndome del cuello cada vez que pedaleo y tus consejos sobre lo delicada que es una mujer.
Veo tu carácter cuando miro a mi espalda y estoy solo, también veo tus despertadores sonando en mi pecho y veo tus medallas desgarrándome mi jersey como lo hacen las lágrimas cada 10 de Diciembre desde hace un porrón de años.
Y no dejaré de derramarlas porque así estoy contigo, no te puedes imaginar cómo te añoro abuelo.