Pregunté al que estaba a mi lado, qué pasaba, y me contestó sonriendo con un simple:
'nada, que hemos venido todos'.
Y da y dará igual que ganemos o perdamos, o quién figure o quiera figurar presidiéndolo o quién juegue o deje de jugar, que lo que hablo está en la alegría de mis amigos sevillistas al verme feliz por mi equipo, en el día a día de una afición repartida por el mundo que se siente unida por este sentimiento, en la gracia en que en un aeropuerto de Roma una monja de 80 años le contó a mi buen amigo Antonio que ella no tenía ideas políticas ni quería el mal a nadie pero que era del Betis, en esa mirada de aprobación que te lanzan paseando con tu camiseta por Londres cuando vistes tu camiseta, en la alegría que tienes cuando después de mirar por los prismáticos de la torre Eiffel te apartas y ves tu escudo dibujado en él, en tu abuela cuando tiene que ver el partido de espaldas a la televisión para no sufrir cuando ataca el otro equipo, en sentir que es tuyo ya seas de Sevilla, de Madrid o de Logroño, y por supuesto, en la sonrisa de mi sobrina Adriana, que apenas habla al gritar entusiasmada: Beti!