miércoles, 28 de enero de 2009

ELLA

Decía el profesor Manolo Gómez Lara, interpretando el soneto 130 de Shakespeare, que en el amor el autor no busca lo ideal para todo el mundo sino lo 'especial'. Este poema, reniega de la moda petrarquiana en que la persona amada era perfecta, física y espiritualmente, siguiendo los gustos estéticos de la época, ojos como soles, pelo rubio, piel lechosa...

Pero el autor rechaza uno por uno estos estereotipos para sentenciar al final que su amor es 'rare' que aunque muchos hagáis la traducción literal, su significado en este contexto es: 'único'.

Y desde mi punto de vista es cierto. Aunque el ideal que los medios que desde pequeños nos ilustran, educan, entretienen o más bien nos controlan sea bien distinto, uno en el amor no busca en absoluto lo común o lo que todo el mundo desea. Nuestro subconsciente busca a alguien que sea completamente distinto al resto, busca lo que no tenemos o lo que no tiene nadie, aquello que es especial.

Pero ¿qué ocurre si nuestro amor además de cumplir con la estética de Petrarca, lo hace también con el ideal de Shakespeare? Supongo que para verlo desde ese punto de vista primero habrá que estar en el estado de ceguera del que hablé en la anterior entrada.

Su mirada es calida como el sol, sus labios son la fruta de la ambrosía, su piel huele a jazmín, sus manos delicadas como azahares, su voz es de cristal... pero de una forma distinta.

Decía Paul Samuelson: 'cuando todo el mundo está loco, estar cuerdo es una locura'. Siempre me he considerado el cuerdo, y con el correr de los años uno aprende que es mejor pertenecer al otro grupo, y ahorrarte los disgustos de no ser parte del mayoritario, pero no en este caso.

Es aún su perfume el que huelo cuando me acuesto, y su llamada la que espero todos los días, y su caricia la que añoro en la mano, y su pelo enredado en mi barba.

No quiero cambiar de parecer y así seguir sintiéndome vivo con un recuerdo 'único'.

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